Saturday, May 10, 2014

La mecánica del amor


En los últimos meses me he puesto a pensar mucho sobre el amor, qué significa, cómo llega, cómo lo defines… Creo que soy una más de la multitud de personas que meditan al respecto diario cuestionándose: “¿Qué es el amor?” Miles de años han pasado, millones de libros, canciones, películas y posts de blogs han sido dedicados al tema y la realidad es que jamás se encuentra una respuesta. Digo, debería ser tan fácil: tú quieres a una persona, esa persona te quiere a ti y lo demás no debería de importar. Suena fácil, ¿no? Entonces, ¿por qué no lo es?

Hace un par de meses tuve la oportunidad de entrevistar a Shailene Woodley para The Fault in Our Stars y al preguntarle cuales eran los mejores consejos que John Green –el escritor de la novela– le había dicho, mencionó algo que me dejó muy marcada. Me dijo: “We all think we are planets, and everyone else are stars that revolve around us. What we forget is that they think as themselves as their own planet”. Sus palabras hicieron un click en mí, me dejaron pensando por días y me di cuenta que la clave está ahí: nadie puede definir qué es lo que hace que el amor funcione, porque la respuesta es individual –lo que es irónico, porque ese sentimiento es algo que forzosamente es compartido. No hay una respuesta universal porque absolutamente todos tenemos una expectativa diferente del amor. Y no sólo me refiero al romántico, hablo de todo tipo de relación que involucre emoción: amistades, hermanos, padres…



Todos somos planetas y conforme vas creciendo tus experiencias te van haciendo más reservado, más temeroso y exigente a lo que buscas en otras personas. Sólo tienes lo que puedes ofrecer y, a la vez, te da miedo recibir lo que los demás tienen para dar. A todos nos han lastimado y todos hemos lastimado y abrirte se vuelve más difícil. Es un extraño círculo vicioso que sólo se rompe de vez en cuando, cuando la gente indicada llega a tu vida. Pero, es igual de complicado identificar cuando alguien vale la pena o no.

La clave –o mi respuesta a la incógnita–, creo, es asumir con valentía a ése alguien que te inspire, que te de ése cierto elemento que por más ensayos, poemas y libros que escribas jamás vas a poder explicar. Me ha tocado que le llamen magia, y tal vez lo es, pero definitivamente eso es lo que yo busco, lo que quiero para mí y es lo que quiero ofrecer. Como dicen por ahí, la vida tiene mucha mierda para que el amor sea mediocre.

Y se preguntaran: “¿qué con esta loca y su post cursi?” Bueno, les reto a no pensar en esto después de una tarde lluviosa de sábado escuchando a Joni Mitchell y Brandi Carlile. Después de todo, ya les dije que soy una romántica.

– Cris Vales
Twitter: @crisvales


Saturday, May 3, 2014

Yo no soy mi diagnóstico


Creo que no es descabellado afirmar que la espera de un diagnostico es de las cosas más angustiosas que un ser humano puede afrontar. Al menos, mi experiencia lo dicta así. Siempre esperas lo peor, tu mente vuela por los millones de escenarios que tu inexperiencia usa como gasolina. Lo que yo llamo el “worst posible outcome”. Y en mi caso, fue así... O al menos eso creía en el momento.

Jamás se me va a olvidar el día que me diagnosticaron con lupus. La angustia que sentía en la sala de espera del doctor: el piso de linóleo blanco, frío y estéril. Las montañas de revistas viejas que mi mamá veía sin realmente prestar atención. La impaciencia de mi papá, que movía su rodilla de arriba abajo en un ritmo que amenazaba terminar con mi sanidad mental. La estación de radio noventera que apenas y se escuchaba. La recepcionista, recibiendo llamadas de extraños que seguramente se sentían igual de espantados que yo.


Recién diagnosticada, pesaba 48 Kg.


La espera terminó y la enfermera me hizo pasar a una sala en donde me ordenaron que me desvistiera y esperara al doctor. Cuando finalmente llegó, no me dijo más de dos palabras antes de empezar a revisarme. A lo que yo me pregunto, ¿cuándo pierden algunos doctores la sensibilidad ante una niña de 17 años que no entiende ni jota de lo que está pasando? Con cara seria checó mis articulaciones, mis dedos infestados de vasculitis, mi boca; todo una rutina para él. Después me pidió que me vistiera y lo acompañara al consultorio donde ya esperaban mis papás. Ahí, y en silencio de nuevo, revisó los montones de análisis que me habían realizado. Subrayaba algunas cifras y circulaba otras, negando con la cabeza.

Finalmente, el momento había llegado, el diagnóstico. De un segundo a otro mi vida cambió. Un listado de medicinas, cuidados y posibles complicaciones se me presentó. “Es crónico, esto no se quita, pero se controla”. Era más información de la que mi cerebro podía procesar. El doctor me hizo tomar uno de los post it que tenía sobre el escritorio y anotar una lista con las siguientes instrucciones:
1. Evitar el estrés –ni había empezado a tratar cuando ya había fallado.
2. Tomar, sin excepción alguna, mis medicinas –sonaba fácil.
3. No buscar nada en Internet –fallé también.  
4. No tomar el sol –puedo ser un vampiro, sin problemas.


Mi mente empezó a viajar a otros planetas cuando me di cuenta que el doctor había empujado una caja de Kleenex hacia mí. Era tan abrumador y recuerdo pensar: “Se supone que tengo que llorar, ¿verdad?” No recuerdo que más pasó ese día, después de la visita al doctor, todo está en blanco.

La verdad es que ese sentimiento no se fue por meses, a partir de ahí tuve que cambiar mi estilo de vida radicalmente. Por mucho tiempo tuve que explorar quién era y cómo esto afectaba a mi personalidad. La tristeza que sentía, junto con la bomba de medicinas que me dieron, cambió mi humor radicalmente. De repente el enojo que me comía explotaba en agresiones a gente que quería, después me odiaba a mi misma por ello. Me aislaba y me sentía mal por no poder compartir lo que estaba sintiendo, pero pensaba que nadie me entendía realmente –la típica adolescente pero en esteroides, literal. La angustia era tal, que ataques de ansiedad me invadían sin preguntar si era el lugar o momento adecuado para ellos. Me veía en el espejo y no me reconocía, se sentía como un callejón sin salida.

Pero, finalmente me di cuenta de algo: yo no soy mi diagnóstico. Y eso fue el punto que cambió las escalas para mí. Me di cuenta de que yo podía hacer con lo que tenía lo que quisiera. Yo tenía el timón de mi vida, y aunque había un factor totalmente impredecible, yo decidí ser feliz. Sí, cambiaba mi estilo de vida, pero eso no tenía por que cambiar mi visión de las cosas –que los que me conocen saben que es bastante romántica.  


Yo en 2014. 


No puedo negar que hay veces que aún me enojo, o me siento mal al respecto. Eso sucede en los días malos en los que mi enfermedad me limita. Es fácil hundirse en un poso de self-pity, es más fácil que ser fuerte y enfrentar las cosas. Pero como he escrito antes, el lupus no me define, sólo es una parte de mí que transformó la manera en que veo al mundo. Y me da felicidad y orgullo decir que lo transformó para bien. Sí, descubrir que vas a estar enferma por el resto de tu vida a los 17 no es ideal, ¿pero qué vida lo es?

– Cristina Vales
Twitter: @crisvales

Les invito a que visiten http://www.lupus.org/ para educarse sobre qué es el lupus y cómo pueden ayudar a personas que lo padecen. Todo esto en celebración al mes de Lupus que es en mayo, obvio.